La importancia de ser feliz en el trabajo

Soy maestra y me encanta mi trabajo. Cada día hago lo que me gusta y me gano el pan con ello.

Esto que parece un argumento simple, es fundamental. Dedicamos muchas horas a trabajar. Muchas muchas, tantas que casi prefiero ni calcular. Dejémoslo en toda la vida: 

Están las horas que dedicamos al trabajo digamos “in situ”, más las horas que dedicamos a programar, corregir, adaptar... en casa. A esto hay que añadir todas las horas extra que dedicamos a formarnos, ya que la mayoría de los maestros y maestras que conozco siempre andamos buscando formación que nos ayude a cambiar un poco o mejorar la forma en que hacemos las cosas para llegar a todos.

Comprendo que no todo el mundo tiene la suerte de tener un trabajo que le llene, que le haga sentir realizado. Y cuando tu trabajo no es lo que esperabas, o no es el que esperabas, o ya no es como era pues el nivel de implicación no es el mismo. Antes de ser maestra he tenido otros trabajos, y no todos me han gustado. Siempre he intentado hacer bien mi trabajo, y ver el lado positivo, pero sé lo que es estar en un trabajo en el que no estás a gusto, levantarte pensando en que tienes que ir a trabajar y no querer... y sentir que vives en una sucesión de días y días iguales, grises.

A lo largo de la vida todos pasamos por diferentes momentos: maternidad/paternidad, cambios en la familia o pareja, duelos, crisis... y lógicamente no siempre puedes estar al 100%. Es imposible. Pero todos esos baches se superan diferente cuando estás en un trabajo que te motiva. Para empezar, porque aunque en función de tu momento vital te puedes implicar más o menos, cuando te gusta tu trabajo es un momento de desconexión del resto de cosas. Puedes estar liadísima, agobiada, pero una vez que entras en el cole se cierra una puerta y se abre otra llena de colores. Y este trabajo  es tan absorbente que durante unas horas puedes pensar en el relieve, la alimentación de los seres vivos, los complementos circunstanciales, ese niño o niña que está más despistado, el que parece que se ha puesto las pilas, la que parece que no lo está entendiendo así que vamos a hacerlo de otra manera... pero no hay tiempo para parar ni para pensar en esas otras cosas de fuera del colegio que nos tienen preocupados.

Este es un trabajo divertido, absorbente, lleno de colores (no todos preciosos, algunos más claros y llamativos y otros más oscuros, pero muchos muchos colores). Y luego por otro lado están ELLOS, nuestros alumnos. A veces desesperan, como cuando has explicado cómo hacer algo una y otra vez, y según terminas alguien te pregunta de nuevo lo mismo, y otro ni espera, se pone a hacerlo justo al revés. O como cuando se pelean por algo a nuestros ojos sin importancia, pero sabes que vas a tener que apartar el libro y el cuaderno y dedicar la sesión a eso que ha sucedido y les ha alterado. Pero otras veces... otras veces  puedes ver un brillo en sus ojos que te dice que eso que costaba tanto comprender al fin lo han comprendido, o que te dicen que la guerra de la Independencia depende de cómo la contemos puede ser apasionante, ojos que te devuelven el cariño y el respeto con que los tratas. Ojos deseosos de aprender y hacer. Ojos impacientes. 

Y a veces tenemos la inmensa suerte de ver un tipo de ojos que es el que más guardamos en el corazón: los ojos del cambio. Por mucho que nos esforcemos, esto no siempre se consigue, pero cuando lo consigues... Cuando en un alumno ves que por las razones que sea, tú supones el cambio: entre no entender y ahora por fin entender, entre no querer trabajar y ahora sí querer, o estar a disgusto en un cole o clase y llegar a tu aula y sentirse a gusto y querido. Los ojos del cambio, y lo que viene después, eso se queda en nuestros corazones, e ilumina hasta el día más gris.

Los japoneses tienen un concepto: IKIGAI, para el que no tenemos traducción literal, pero podría definirse como “la razón de vivir” o “la razón de ser”,  lo que hace que la vida valga la pena ser vivida. Todo el mundo, de acuerdo con la cultura japonesa, tiene un ikigai. Encontrarlo requiere de una búsqueda interior, profunda y a menudo prolongada. 

La vida no es solo trabajo, no hace falta decirlo. Pero es una parte muy muy importante que ocupa mucho tiempo, y a la que dedicamos mucha energía, así que en nuestra vida profesional encontrar nuestro ikigai y conseguir trabajar en ello implica tener un trabajo que da sentido a nuestra vida.

(Foto de www.pedirayudas.com)

Yo sé que encontré mi ikigai, ¿y tú?

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