Recargando pilas en el pueblo
Ando completamente desconectada de redes y de la vida de ciudad. Después de un mes en Madrid, aprovechando para hacer excursiones por la ciudad con los niños, llegó el momento de salir de la ciudad y CONECTAR.
Conectar con la familia, porque ir al pueblo es hacer tribu. Es tiempo para que los niños jueguen con la abuela, tíos y primos. Tiempo para que los niños le pidan a la abuela siempre un cuento más. Tiempo para salir a andar un ratito y hablar. Tiempo para comer en familia comidas riquísimas, y hacer sobremesas charlando (o siesteando). Tiempo para ir poniéndonos al día de los niños, del trabajo y de todo un poco. Una vez al año.
Conectar con la naturaleza, porque venir al pueblo es ir cada día por un camino en busca de animales, plantas y rocas. Disfrutando del saber que algo encontrarás qué sorprenderá a los niños, y a los que no somos tan niños...
Conectar con mis recuerdos: venir al pueblo año tras año es conectar con muchísimos recuerdos: olores, sabores, imágenes,... y saber que para los niños es ir guardando todos esos nuevos olores y sabores, esos paisajes y todas esas experiencias en sus álbumes mentales. Y saber que después, durante el curso podrán ir visitándolos para recordar y disfrutar.
Nuestro pueblo quizá no sea el pueblo con las calles más bonitas, ni el pueblo con más actividades culturales, ni con más parques, pero cada día puedes ir a recorrer un camino en busca de lugares hermosos en sus secos prados. Sus rocas y encinas casi casi tienen nombres propios. Y no pasa el tiempo por ellas. Cuando vivía mi abuelo y apenas podía salir de casa, y le explicabas por donde habías ido andado y las rocas que ibas encontrando sabía ir poniendo nombre a los caminos y prados, e incluso a algunas rocas, porque él había ido por esos prados con las “borras” (ovejas) cuando era pastor.
(Fantástica foto hecha por mi madre)
Alguna vez hemos venido en primavera, y todos esos prados, ahora secos, se llenan de riachuelos y arroyos, en los que encontrar pequeñas cascadas, renacuajos y boruja para una buena ensalada. Alguna vez hemos venido en invierno, con el frío, la nieve, el olor a chimenea, y sus calles vacías. Y en cada estación parece otro pueblo, pero siempre lleno de recuerdos para nosotros, y siempre “llenando de recuerdos” a los niños. Y por suerte no cambia mucho año tras año, porque las ciudades parece que cambian cada día, siempre en obras. Tiendas que abren y cierran. Calles que cambian de nombre, nuevas construcciones,... Aquí todo va más despacio, y cambia poco.
Así que estos días, si no contesto mails o whatsapps no es que esté desconectando... es que estoy CONECTANDO.
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